15.3.06

Pregúntale a Lolita*


*solo para modelos compatibles

Cometí un error imperdonable. Estando al frente de una clase magistral, en la Real Universidad Pontificia del Este, olvidé apagar mi celular- algo que jamás le tolero a ningún estudiante. Minutos antes, esperaba una llamada de considerable importancia y llegada la hora de la presentación, simplemente y como nunca, lo olvidé. Trescientas personas que acudieron a escucharme hablar acerca de la narrativa norteamericana contemporánea pudieron escuchar claramente un chiflido a-la-albañil salir de mi bolso de piel marrón. El aparato del demonio decidió vocalizar: “Soy el chido, mazclo chicle, bailo tango, pego duro, tengo chavas de a montón. Tururú! Contéstame gueeeey…Óorale! Va de nuez, gueeey… Soy el chido….” Yo inmutable. El inconexo discurso fue emitido peligrosamente cerca de mí – quizás algún estudiante burlándose del tono cantadito que, según los sudamericanos, empleamos los que venimos de México. “…masco chicle, bailo tango, pego duro, tengo chavas…” Pero todos parecen sorprendidos, cuando menos intrigados. Se escucha alguna que otra risa, mitigada creo, por las diferencias entre el lenguaje mexicano y en el chileno, y el consecuente desconcierto causado por tantas palabras indescifrables; y las miradas se dirigen primero hacia mí - ¡cachái! - después hacia mi bolso. Aterrorizada, mi asistente corre hacia él. Lo registra - no pudo haber salido de ahí. Saca mi teléfono, lo estudia rápidamente y logra hacer que el sonido se calle, se sonroja y voltea a verme con algo más que un ligero reproche. Con algún comentario oportuno, logro controlar el alboroto entre los estudiantes y puedo terminar mi ponencia, no sin sentir una irritante curiosidad acerca del incidente y cómo éste podría haberme sucedido. A mí, que no creo en la necesidad de estar localizable siempre, y que hasta fechas recientes me resistí a la adopción de un celular, por considerarlos “terriblemente intrusivos”.
Mi hija adolescente me convenció - argumentando que de esta forma estaríamos conectadas cuando yo estuviera en uno de mis frecuentes viajes: me regaló un modelo que tiene todo tipo de funciones ininteligibles, y que sirve de procesador de palabras, Internet, agenda, cámara de fotografía y video; una maravilla que según ella, mi hija, me ayudaría a ser “más eficiente”. Me lanzó al mundo después de un breve y precario curso en el uso de esta tecnología. Así pues, recientemente descubrí que se pueden tener melodías como tonos de celular, pero hasta este momento no imaginé que pudieran emitir voces malditas, no. Esto lo estoy aprendiendo ahora, en un momento ciertamente inadecuado, en otra latitud del hemisferio. Quiero degollar a mi primogénita. No solo por complicarme la existencia de manera sustancial, sino por la interrupción y la imagen que ahora, al llegar a mi hotel, encuentro en pantalla. ¿Qué habrá pensado aquella asistente? Es, ciertamente, demasiado tarde para dar explicaciones, si las hay. Intento olvidar lo sucedido y descansar un poco, pero despierto aún contrariada. Sin embargo, conforme avanza el día, concluyo que la ponencia ha sido un éxito, o cuando menos controversial, a juzgar por las diversas llamadas, pero sobre todo por el raudal de mensajes de felicitación o de reclamo, algunos decididamente crípticos e inquietantes, que he recibido en los días subsecuentes; así pues, me congratulo de haber venido hasta acá a crear un poco de alboroto entre estudiantes y catedráticos sudacas por igual.
Como le corresponde a cualquier profesora visitante, durante las siguientes semanas asisto y encabezo una serie de visitas y de juntas, en donde invariablemente las miradas de mis colegas, pero sobre todo la de los alumnos parecen decir: “óorale, como Usted diga!, “auméntame la calificación guuuueeeey”, “enseguida se lo traigo guuuueeeey”, “tururú!” y cosas por el estilo, a pesar de que el incidente fue aislado. Antes de cada compromiso, me aseguro, siempre, de tomar mis precauciones para no ser interrumpida nuevamente. Pero los mensajes no paran. Inclusive, hay algunos abiertamente agresivos o sexuales que he descubierto, me ruborizan. Comienzo a sentirme un tanto hostigada. No puedo cambiar mi nacionalidad, ni mi número telefónico. Éste se ha convertido en una herramienta principal de trabajo con editores, rectores, profesores, seria demasiado complicado, pero el aparato vibra constantemente y continúo recibiendo mensajes aun más disparatados: aforismos de autores clásicos, mi horóscopo, consejos de cómo poseer un busto hermoso, tips para “mejorar” mi vida afectiva, posiciones sexuales solo aptas para atletas, dietas, chismes del espectáculo, recetas para hacer cocteles, video juegos, avances de las telenovelas, animaciones, refranes, bromas, incluso hasta uno que otro chiste. Supongo que se ha puesto de moda entre los estudiantes bombardear mi buzón con basura. Seguramente las historias acerca de la excéntrica maestra mexicana proliferan y ya he causado suficiente inquietud. Decido acudir a mi proveedor de telefonía celular para bloquear este servicio. Parecen no encontrar nada anormal, pero aun así prometen: su servicio se restablecerá al término del mes con las características anteriores, lo que sea que esto signifique. Jamás he pasado por excéntrica y no pienso hacerlo ahora. Eso y los bochornos avenidos por la menopausia son demasiado. Pero los mensajes no paran y durante los días subsecuentes, comienzo a sentir una especie de interés científico y de placer culpable por mi creciente apego a ellos, a su compañia; comienzo a temer el fin de mes, que coincidirá con mi regreso a casa.
Al llegar a México, encuentro mi hogar en un estado deplorable, como cada vez que me ausento, e infinidad de desastres causados por mi querida adolescente: mascotas fallecidas, cultivos de penicilina en el refrigerador, montañas de ropa sucia, cuentas por pagar, incluido un recibo teléfonico vencido que tiene cantidad de cargos extras por una diversidad de conceptos extraños, pero hay uno, el más costoso, que capta mi atención – “Pregúntale a Lolita” - pagable a la compañía Chikabum, de
www.chikabum.com ¡Carajo!, si yo no he hecho ningún tipo de contratación. Pero ante todo hay que ser inquisitivos, me digo. Quizás, esta página web tiene méritos literarios. Entro en la página, que resulta estar en la lista de favoritos de mi máquina. Se me revela algo parecido a un chat porno. Voy a matar a mi hija, eso me queda claro. Pero antes de eso, descubro que una parte de mi se excita al pensar en lo que una Lolita pre y post Humbert Humbert podría contarme. O algún negro “literario”, que la suplantará con respuestas breves, no demasiado brillantes, ligeramente vulgares, quizás usando un intento de prosa poética clonada del texto de Navokov. Él, seguramente, estaría encantado. Las posibilidades literarias de este descubrimiento, de la enorme cantidad de servicios e imágenes, disponibles en línea, descargables al presionar un botón, le prenden llama a mis entrañas! …”FIRE in my loins”, señores! Me pregunto lo que sucedería si www.chikabum.com, www.esmasmovil.com , www.chidomovil.com o cualquiera de los cientos de compañías que, ahora sé, se anuncian en el televisión o revistas chatarras, se publicitaran en las editoriales, permitiéndome, en cualquier lugar, cuestionar y convivir con los grandes personalidades de la literatura, personajes y autores por igual. Por tres pesos el mensaje, no sólo le preguntaría a Lolita cosas, sino que le solicitaría consejos laborales a Ignatius Riley, bajaría imágenes de Truman Capote, consejos matrimoniales de Houellebecq, ¡Joder! le pediría enseñanzas al mismísimo Don Juan. Y me sobrecoge la necesidad de marcar VRLITCRIT en mi celular y mandarlo al número 56477, donde me aseguro me conectarán a un chat donde pueda yo discutir la idea con Dave Eggers, quién de seguro la implementaría A.S.A.P.: la siguiente gran novela americana se escribiría por entregas. Como las grandes novelas de antaño, pero esta vez no será impresa en los medios tradicionales. Ni siguiera existirá de forma permanente. Durará algunos minutos de tiempo aire y no podrá ser retransmitida. La comunicación será reducida a su mínima expresión, tendrá una mínima duración. Un par de oraciones por un costo de $43.47 + I.V.A. al mes. Textos que llegarán al celular del lector precedidas de una vibración, dos toquidos, con imágenes o alguna rola de cumbia en monofónico de fondo. La mini-maxi-malia en cadena o el regreso del cuento corto multimedia - habrá que pregúntale a Monterroso, se me antoja, al 63288 VROVEJANEGRA. La felicidad me invade y en el justo momento en que vibra mi móvil, pienso en cuanto, en realidad, amo a mi pequeña Lolita y a su mundo. Me llega una propuesta un tanto indecorosa, emocionada por las posibilidades, acepto mi recién adquirida infatuación y respondo al mensaje sin ruborizarme.

2 Comments:

Anonymous Anónimo said...

No seas cruel, ahora me tienes que decir donde me suscribo a ese servicio de pregúntale a Lolita.

2:20 p.m.  
Anonymous Anónimo said...

Hmmmmmmmmm es extraño en nuestro sitio www.chikabum.com no contamos con el servicio 01900. Me parece que si en tu recibo de telefono fijo te cobraron algo de chikabum bien lo podrías reclamar a telmex. Tampoco tenemos servicios eróticos así que eso de pregúntale a lolita tampoco suena a Chikabum.
Nuestros servicios más costos son de 43.47 más iva y es por una suscripción mensual por la que seguramente te llegó el horóscopo diario. De no ser así, no entiendo.
Por otro lado efectivamente nos anunciamos en las revistas esas que llamas chatarra que todo el mundo dice no leer pero las conocen de forro a forro.
Ya por último sería increible que pudieramos contribuir un poco más con la cultura del mundo pero hemos intentado contratar licencias de arte pero al parecer no hay mercado para eso. A los mexicanos nos sigue gustando chespirito.

7:21 p.m.  

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